viernes, 18 de abril de 2014

La causa

Pueden llamarme Alejandro. Hace algún tiempo, no importa cuanto...

Como aclaré en la entrada anterior, hago uso de la famosa frase de Herman Melville para dar apertura a esta serie de relatos cortos de mis vivencias en estos viajes que he tenido la suerte de realizar. Y como no quiero que el inicio suene muy "snob", lo haré de nuevo.

Me llamo Alejandro. Soy mexicano de nacimiento y de agradecimiento. Al momento de escribir estas líneas tengo cuarenta años y voy en camino a cumplir el número fatídico de años. Creo que para esas fechas simplemente volveré a cumplir cuarenta y al siguiente año serán solamente cuarenta y dos. Para aquel hipotético lector que no comprenda lo que digo lo invito a investigar un poco la historia de México. Encontrarán un episodio célebre durante el porfiriato ligado al yerno de mi lejano pariente Don Porfirio Díaz y un grupo de célebres comensales en una fiestecita el 18 de noviembre de 1901.

Pero estoy perdiendo un poco el hilo de mi narración dejándome llevar por uno de esos sucesos que quedan en el inconsciente colectivo del mexicano. ¿Donde estaba? ¡Ah, sí!

Durante toda mi vida radiqué en México, específicamente en Zacatecas, terruño querido a pesar de haber nacido en el bello estado de Guanajuato, con todo y sus momias. Fui llevado a la capital del estado con apenas mis flamantes cuarenta días de nacido (¡Ah, caray! Como que ese numerito se repite muy seguido). Apenas llegado a dicha ciudad mi vida comenzó en realidad. Buscar donde vivir (obvio que mis padres porque yo era un mocoso chillón que veía en su vida tan solo tres enormes responsabilidades: comer, dormir y zurrar).

Pues viví toda mi vida en esa bella ciudad. Sin embargo, en los últimos tiempos la situación económica de mi entidad y de todo el país es cada vez más precaria. El dinero no rinde, el trabajo no existe, el salario mínimo se vuelve mínimo y la canasta básica se vuelve inexistente. Por tal motivo mi hermana me hizo una proposición que estuve a punto de rechazar: ¡Vente a trabajar conmigo!, me dijo. En Europa ella labora para una empresa francesa de turismo internacional.

Así pues, después de mucho pensarlo tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre. Decidí dejar de comer gansitos Marinela. Después de esa decisión tomé otra que también repercutiría para siempre en mi vida y en la de aquellos que me rodean: acepté viajar a Europa.

La causa fue que mi trabajo ya no era redituable, las deudas cada vez mayores y las broncas iban de la mano de las deudas. Sopesé los pros y los contras. Los contras de todos son sabidos: dejas a las personas que amas, dejas todo y te vas a un país que no conoces, con un idioma que no conoces, a hacer un trabajo que no conoces. Los pros, las posibilidades de recuperación económica son muy altas (al momento de escribir esto 1 Euro = 18 MN).

Finalmente, haciendo gala de ese valor que solo tenemos los mexicanos (es decir: me apreté un huevo y me amarré el otro) salí de mi ciudad rumbo al DF.

Pero esa parte la narraré en otro episodio.

Enero, 2014.

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